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Luis Carlos Meyer: su vida y su música

Por Javier Castaño

 

Dos horas antes de su muerte, el músico colombiano Luis Carlos Meyer escuchó la canción Micaela, su máxima inspiración. Se encontraba en la sala de emergencia del hospital Nuestra Señora de la Misericordia en El Bronx, Nueva York, y la máscara de oxígeno empañaba su rostro. Era la una de la tarde del siete de noviembre de 1998.

 

Me acerqué a su cama y entoné la letra de Micaela. Meyer abrió los ojos y comenzó a respirar con más fuerza. No podía mover sus brazos porque tenía varias cobijas  sobre su cuerpo para protegerlo del frío. De su boca salía el olor inconfundible de las personas que se aproximan a la muerte.

Luego le dije que sus canciones eran muy hermosas y que ya podía descansar tranquilo. “Tu vida ha pasado a la historia porque el Gobierno colombiano imprimió las partituras de tus canciones y produjo un libro sobre tu vida”, le dije mirándolo a sus ojos claros.

 

“Estuviste en Barranquilla en el teatro municipal Amira de la Rosa recibiendo un homenaje y la Gran Orden del Ministerio de Cultura. Te queremos negro Meyer”.

 

Sus pulsaciones seguían aumentando. Entonces le dije que moviera la cabeza si estaba entendiendo lo que quería decirle. Movió la cabeza de arriba a abajo e intentó decir algo. No pudo. Puse mis manos sobre su pecho y besé su frente.

 

La doctora Bonnie Arquilla, encargada de la sala de emergencia, trajo un documento para que yo lo

Javier Castaño entrevistando a Luis Carlos Meyer en el Laconia de El Bronx, Nueva York . Abajo, el homenaje al músico en el Teatro Amira de la Rosa de Barranquilla, Colombia.

firmara. En la mañana del sábado anterior, cuando Meyer fue trasladado del asilo de ancianos al hospital, habíamos acordado que no era necesario resucitarlo en caso de que su corazón se detuviera. Para qué prolongar más su dolor.

 

El pasado viernes en la tarde había visitado a Meyer en el asilo de ancianos Laconia Nursing Home de El Bronx. Estaba alerta y dijo que no le dolía nada. Era difícil entenderle porque la lengua le pesaba debido a los sedantes que estaba tomando para calmar sus dolores. El cáncer renal había invadido sus huesos.

Certificado de bautizo de Luis Carlos Meyer, y abajo con su padre en Barranquilla.

Sus inicios

 

Meyer nació el 21 de septiembre de 1916 y fue bautizado Luis Mateo Meyer en marzo de 1917 en la iglesia Nuestra Señora del Rosario de la capital del Atlántico. “Era mujeriego, aunque muy respetuoso y alegre”, dijo Soila Rosa Consuegra, hermana de crianza de Meyer cuando vivían en la Calle de Cruz con carrera Vesubio. “Ayudaba mucho a las mujeres y nos cantaba La Pollera Colorada. Era servicial”, añadió Carmen Ortiz, una de sus amigas de juventud que fue a visitarlo al hospital de Barranquilla en 1998.

La primera presentanción de Meyer fue cuando tenía 17 años, en el bar Chancleta del Barrio Bajo, cuando vivía en la calle Medio Paso de Barranquilla. Luego tocó con la orquesta Atlántico Jazz Band y se presentó en los teatros Rex, San Roque, Las quintas y Metro. En Bogotá grabó porros, cumbias, guabinas y torbellinos con las orquestas de Milciades Garavito, Alberto Ahumada y Francisco Chistancho. Cautivó la audiencia del hotel Granada, el Regina, Monteblanco y los altos del Cine Colombia. Su voz fue difundida por varias emisoras de radio de sur y Centroamérica. En Medellín fue famoso y se presentó en el Covadonga night club y el Bolívar.

 

Meyer fue el primer cantante rítmico que tuvo Colombia. El músico colombiano Hernán Restrepo Duque dijo que “Meyer fue en un momento dado toda la música costeña. La que nos prometían Bermúdez y Galán, la que nos entregarían Barros y Bóveda, Buitrago y Durán. Bien o mal, porque Meyer lo hizo todo a su estilo sin importarle realmente la diferenciación que impondrían luego los caciques vallenatos o los jerarcas folklóricos del interior”.

 

Con ese estilo elegante e irreverente viajó a México en 1946 y grabó con la orquesta de Rafael de Paz temas como Micaela, El gallo tuerto y Linda jarochita. En el país azteca grabó primero que el cubano Beny Moré y su canción Micaela fue el tema musical del éxito taquillero Novia a la medida.

 

El cantante El Pibe Castillo, quien ahora tiene una barbería en Barranquilla, recuerda cuando conoció a Meyer en el bar de la calle Las Vacas y posteriormente en Bogotá, en el cabaret El Príncipe, alternando con el comediante Campitos. “A México viajó con un contrato de la lotería de esa nación, su voz se escuchaba todos los días en la radio y lo buscaban para hacer películas, pero el negro Meyer se desaparecía a veces porque se dedicaba al vicio”, dijo El Pibe Castillo en Barranquilla mientras le cortaba el cabello a uno de sus clientes.

 

Meyer viajó a Canadá, en donde casi pierde la vida en un incendio, y llega al puerto de Nueva York en 1956. Vive en el hotel Empire de Manhattan, toca con la orquesta de Xavier Cugat y se presenta en sitios de prestigio como El Copacabana, Fantasy, Chateau Madrid y en el Carnegie Hall.

 

El periodista Mario Luis escribió el 21 de agosto de 1958 en el pe-riódico El Diario de Nueva York su encuentro con Meyer en el bar Metropolitan de Manhattan. Le preguntó sobre el Tukimbé y su respuesta fue: “Es un nuevo ritmo con inflexiones de toda la música de los países latinoamericanos”. El periodista escribió sobre la elegancia de Meyer, la guitarra que siempre lo acompañaba e identificó a Micaela como una morena de origen francés.

 

Luis mencionó además que interpretaba temas como Micaela, Santa Marta, Trópico, Me divertiré, Un pingüino en Puerto Rico, Una latina en Manhattan, El caramelito, Mi compae Chipuco y “cientos más”. 

Escribió que con Micaela ganó un premio en Paris en 1949 y que sus temas fueron interpretados por Pedro Infante, Juan Arbizo, Jony López, Juan García Esquivel y su Sonora Matancera, Ninón Sevilla, Beny Moré, Lola Flores y otros, y que grabó para R.C.A. Victor, SECCO Record y los sellos  Vergara y Tropical. Y que había actuado en Venezuela, Perú, Ecuador, Panamá, México, Francia, Puerto Rico y “últimamente en Nueva York, Los Angeles y Miami”.

 

El 31 de noviembre de 1980 Meyer le escribe al periodista Carlos Serna de El Colombiano de Medellín para informarle que planeaba demandar a Francisco To-rroa por plagiar su canción Trópico en un disco que grabó la española Lola Flores, La Faraona, en ritmo de rumba flamenco. Meyer no demanda, pero esa situación es el presagio de su declive como compositor e intérprete.

 

En 1993 sufre un infarto y un derrame y pierde parte de la memoria. Vive en refugios para desamparados, enfrenta dificultades para desplazarse, pierde su guitarra y es internado en varios hospitales de Nueva York. Trata infructuosamente de vender su repertorio musical por 25.000 dólares a la empresa Peer Music, y le escribe a su amigo Provi García el 27 de septiembre de 1989 para comparar los últimos años de su vida con los de Cresencio Salcedo, otro músico colombiano que murió en la miseria.

Los últimos cinco años del Rey del Porro fueron muy difíciles. Sin familia y amigos, fue llevado en 1994 a vivir al asilo de ancianos de El Bronx. Este fue el destino del primer músico colombiano que llevó los rítmos de la Costa Atlántica a otras naciones como Panamá, Venezuela, Cuba, Costa Rica, México, Canadá y los Estados Unidos.

 

Orquestas como la Billo’s Caracas Boys y la Sonora Matancera, con cantantes como Israel del Pino y Domingo Jauma, interpre-taron algunas de sus composiciones como Trópico y Micaela, compuestas en 1941 y 1943 respectivamente.

 

Aunque su vida cambió cuando la enfermera puerto-rriqueña Elba Medina se interesó en ayudarlo y el periódico El Diario/La Prensa publicó un artículo sobre su hallazgo el 23 de octubre de 1997. Meyer revivió, su estado de ánimo mejoró, trató de caminar otra vez y volvió a cantar. Sin embargo, estaba haciendo su último esfuerzo y las comunidades colombiana y latina del área metropolitana de Nueva York ayudaron a mitigar su dolor.

La casa donde vivió Luis Carlos Meyer en Barranquilla.

Los congresistas demócratas José Serrano de Nueva York y Bob Menéndez de Nueva Jersey consignaron la vida de Meyer en el Libro de Records del Congreso de los Estados Unidos, con sede en Washington.

“Entonces no me muero”

 

Cuando estábamos en la sala de espera del aeropuerto de Miami el 16 de julio de 1998, rumbo al homenaje en su honor en Barranquilla, Meyer me llamó en voz baja y dijo que se estaba muriendo. Le contesté que tenía que llegar a Colombia y asistir al concierto. “Está bien… entonces no me muero”, dijo el Rey del porro.

 

A Barranquilla llegó deshidratado y cansado. Casi no se sostenía en su silla de ruedas. El doctor que lo atendió en la Clínica Bautista se sorprendió de que aún estuviera vivo. Como el gobierno de Colombia no se comprometió a repatriarlo debido a su estado de salud, pues regresamos con Meyer a Nueva York.

 

Sus últimos días los pasó postrado en una cama, aunque nunca perdió el apetito. Prefería el pescado y la Coca-Cola. Algunas veces estaba alerta y tatareaba la letra de sus canciones, como cuando fue visitado por su compatriota Nelson Pinedo y cantaron a dúo. En otras ocasiones parecía como si ya no estuviera entre nosotros. No respondía a estímulos, fijaba su mirada en el techo y dejaba la boca abierta. Había perdido su dentadura.

 

Su música era lo único que lo mantenía con vida. Sus recuerdos eran momentáneos y nunca olvidó el nombre de su mamá, Julia Castandet, de Martinica, de su padre Isaac Meyer, de Trinidad y Tobago, y de su sobrina Olga Elisa de Romero. Todos muertos.

Cuando estaba en Bogotá, Meyer cantaba en el programa radial ‘La hora costeña’ de Enrique Ariza y participó en la película Golpe de gracia (1944), alternando con el dueto de Fortich y Valencia, Pepe León, la vedette española Celeste Grijón y el dúo Elena y Esmeralda. La película fue una producción de Ducrane Films y costó 110.000 pesos pero no tuvo éxito debido a la mala prensa. Se estrenó en el teatro Lux y sus directores fueron Emilio  Alvarez Correa y Oswaldo Duperly.

 

Meyer murió a los 82 años y fue velado en la funeraria Coppola de Queens. La repatriación y entierro de su cadáver se hizo con el dinero que donó la comunidad latina de los estados de Nueva York y Nueva Jersey, el Gobierno de Colombia y las autoridades de la ciudad de Barranquilla, en especial Comfamiliar del Atlántico.  Adiós negro Meyer.

 

Nueva York, septiembre del 2002

Emilio Sierra. Luego depermanecer tres años en México en los años 50, Meyer grabó Ni falta que me haces, y Mi partida, ambas bajo el Sello Silver y con la orquesta de Edmundo Arias. Con la orquesta de Manuel J. Bernal grabó La barquita y El príncipe.

 

Luego de muerto Meyer, el periodista colombiano Oscar Peláez, de Radio Nutibara y en el programa ‘Su cantante favorito’ de la Cadena Todelar, dijo al aire que sus primeras grabaciones fueron Mañanita y En desde que se fue con otro, con la orquesta de Francisco Cristancho. También grabó Que vivan los novios de

Luis Carlos Meyer en el Laconia antes de su viaje a Barranquilla.

El cuerpo de Luis Carlos Meyer en la funeraria Coppola de Corona, Queens.

Mas de su vida: Fotos

The Legacy of the King of Porro

By Javier Castaño

 

Two hours before his death the Colombian musician Luis Carlos Meyer listened the song Micaela, his most acclaimed inspiration as a musician. He was in the emergency room of Our Lady of Mercy in the Bronx, New York and the oxygen mask was dimming his face. It was one in the afternoon on November 7, 1998.

 

I approached his bed and sang the lyrics of Micaela. Meyer opened his eyes and started breathing stronger and faster. He couldn’t move his arms because his entire body was covered with blankets to protect him from the cold temperatures in the emergency room. From the very deep of this mouth was coming the unmistakable odor of the people who are approaching death.

 

Then I told him that his songs were beautiful and that it was time for him to rest peacefully. “Your legacy has made history because the Government of Colombia reproduced your music scores and made a book telling the story of his life,” I told him looking at his crystalline eyes. “You recently were in Barranquilla city receiving La Gran Orden del Ministerio de Cultura at the Amira de la Rosa Municipal Theater. We love you negro Meyer.”

 

His pulse continued rising. I finally decided to ask him to move his head if he understood what I was trying to tell him. He moved his head in approval and tried to say something. He couldn’t. I put my hand over his chest and kissed his forehead.

 

Doctor Bonnie Arquilla, who was in charged of the emergency room, came to me with a document for me to sign. Last Saturday morning when Meyer was transferred from the nursing home to the hospital, we reached the difficult conclusion that in case Meyer’s heart stops it was unnecessary to resuscitate him. Why prolong his suffering? We asked ourselves.

 

Last Friday afternoon I visited Meyer at Laconia Nursing Home in The Bronx. He was alerted and said that he was in no pain. It was a little bit of a difficult to understand him because his tongue was very heavy due to the medication he was taking to calm his sufferings. His renal cancer had already invaded his bones.

 

His beginnings

Meyer was born in September 21, 1916 and was giving the name of Luis Mateo Meyer in March of 1917 at Nuestra Señora del Rosario’s church in the capital of state of Atlántico, Colombia. “He was a womanizer, but very polite and happy,” said Soila Rosa Consuegra, Meyer’s sister by breeding when they both lived in Barranquilla at the intersection of Calle de la Cruz and Vesubio. “He was always helping women and singing porros y cumbias for us all the time,” added Carmen Ortiz, one of his girlfriends from the youthful days who came to visit him at the hospital in Barranquilla in 1998.

 

Meyer’s first performance was when he was 17 years old in the nightclub and bar Chancleta del Barrio Abajo. At that time he was living in Medio Paso Street in Barranquilla. After that he played with the Atlántico Jazz Band Orchestra and performed at the Rex and Metro theaters. In Bogotá, Colombia’s capital, he recorded porros, cumbias, guabinas and torbellinos with other great Colombian musicians such as Milciades Garavito, Alberto Ahumanda and Francisco Cristancho. He entertained the audience at the Hotel Granada, the Regina, Monteblanco and those people who attended Cine Colombia. His voice was well known in radio stations in Central and South America. In the city of Medellín he became famous by performing at the Covadonga nightclub and El Bolívar. Meyer has being recognized as the first rhythmic singer that Colombia had.

 

Colombian musician and well-known critic Hernán Restrepo Duque said, “Meyer represented at one time of our history everything the Atlantic coast of Colombia had to offer. That promise announced by Bermúdez and Galán and delivered it later on by Barros and Póveda, Buitrago and Durán. Good or bad because Meyer did everything his way without paying attention to the standards imposed by vallenato caciques or folklorists from the interior of Colombia.”

 

Meyer traveled to Mexico in 1946 with his elegant and irreverent style to perform with Rafael de Paz Orchestra and to record songs as Micaela, El Gallo Tuerto and Linda Jarochita. In Mexico City, Meyer recorded his music before the arrival of Cuban singer Benny Moré and his song Micaela was the theme of the success film Novia a la Medida.

 

Colombian singer El Pibe Castillo, who now has a hair salon in Barranquilla, remembered when he first met Meyer in the nightclub La Vacas and years letter in Bogotá at the cabaret El Principe alternating with comedian Campitos. “Meyer went to México with a contract with the lottery business of that country and every day his voice was all over the radio stations and impresarios kept looking for him to make movies, but nobody could reached him for days because he had the habit of using drugs,” said Pibe Castillo in Barranquilla while cutting the hair of one of his clients.

 

Then Meyer traveled to Canada where he almost died due to a fire in his apartment. He arrived at New York port in 1956. He lived on the second floor of the Empire Hotel in Manhattan, played with Javier Cugat Orchestra and performed in prestigious places like Copacabana, Fantasy, Chateau and Carnegie Hall.

 

But in 1993 Meyer suffered a heart attack and a struck and as consequence he lost part of this memory. After that episode in his life he’s forced to live in homeless shelters, he couldn’t move as before, lost his guitar and is accepted in several hospitals in the city of New York. Meyer tried unsuccessfully to sell his music legacy for 25,000 dollars to Peer Music Company and wrote to his friend Provi García in September 27, 1989, to compare the last years of his life to the life of Cresencio Salcedo, another great Colombian musician who died in misery.

 

The last five years of The King of Porro were very difficult. In 1994, without family and friends he was forced to transfer to Laconia Nursing Home in The Bronx. This was the destiny of the first Colombian musician who first disseminated the Atlantic Coast rhythms throughout countries as Panamá, Venezuela, Cuba, Costa Rica, México, Canada and The United States. Orchestras like Billo’s Caracas Boys and Sonora Matancera, with singers as good as Israel del Pino y Domingo Jauma, performed on stage some of his composition like Tropico and Micaela, composed in 1941 and 1943 respectively.

 

However, his life changed drastically when the Puerto Rican nurse Elba Medina decided to pay attention to him at Laconia Nursing Home and El Diario/La Prensa published an article of his rediscovering on October 23, 1997. Meyer revived, his mood improved, he tried to walk one more time and sign again. But the true is that he was making his last effort and the Colombian and Latino communities of New York helped mitigate his pain.

 

Congressmen José Serrano of New York and Bob Menéndez of New Jersey stamped Luis Meyer’s name in the Book of Record of The Congress of The United States of America in Washington D.C.

 

“Then I don’t died”

When we were in the waiting area at the International Miami Airport back on July 16, 1998, on our way to Barranquilla where the Government would honor him, Meyer told me in a whisper that he was dying at that particular moment. My answer was very strong: You have to go to Colombia and be at the concert in your honor. “OK Javier. Then I don’t die,” the King of Porro replied.

 

He arrived in Barranquilla very tired and dehydrated. He barely sustains himself in his wheelchair. The doctor who attended him in the Clínica Batista was surprised that he was still alive. Because the Government of Colombia did not want to take care of him permanently due to his medical condition, we came back to New York with him.

 

Meyer passed his last days lying down on a bed, but he never lost his appetite. His favorite food was fish and Coca-Cola. Sometimes he was alert and sings in tune the lyrics of his songs like the day he received the visit of his countryman and musician Nelson Pinedo and they sang together. In other occasions he seems out of this world. He did not respond at all to stimulus. He fixed his eyes at the ceiling with his mouth wide open. Meyer has lost his denture.

 

His music was the only thing that kept him alive. He seldom remembered an episode of his life and never forgot the names of his mother Julia Castandet from Martinica, his father Isaac Meyer from Trinidad and his nice Olga Elisa de Romero. They are all dead by now.

 

Meyer died when he was 82 years old and was waked at the Coppola Funeral Home in Corona, Queens. His body was repatriated to Colombia thanks to the money donated by the Latino Community of New York and New Jersey, the Government of Colombia and the city of Barranquilla, especially Confamiliar del Atlántico.

 

So long negro Meyer.

 

Javier Castaño, Jackson Heights, Queens, November of 2002.

Democratic Congressman Robert Menendez of New Jersey gave Luis Carlos Meyer on February 14, 1998 a copy of the official document he read in his honor in Washington D.C. This event was also attended by Rudy Garcia, Mayor of Union City, businessman Abel Hernandez, musician Johnny Pacheco and Alquimia La Sonora del XXI. They sang a few songs to honor Meyer's legacy as a composer and interpreter.

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